LOS PILARES DEL CAPITALISMO (2ª parte)

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La élite liberal no desea libertad para todos y en igualdad de condiciones, sino libertad para sí misma, para que pueda hacer buenos negocios pisándonos a los demás. Y aquí reside la quintaesencia de su ideología: quienes dirigen el capitalismo solo se sienten cómodos en democracia si son libres para comprar sus fundamentos; si no pueden, si no consiguen ser propietarios de un cortijo mediático, entonces prefieren apoyar dictaduras que protejan mejor los intereses de la minoría adinerada (para comprobarlo, basta con echar un vistazo a la lista de países, de ayer y hoy, con dictadores instalados o mantenidos con el ferviente apoyo del capitalismo).

Después de miles de años de evolución social y en pleno siglo XXI, algo permanece en todas las grandes sociedades humanas: la élite de turno siempre se las apaña para que su ideología sea preponderante e influya ―por encima de la de cualquier otro grupo social― en la cultura, las creencias y los miedos de la sociedad. Así ha sido siempre en cualquier sistema; y en el nuestro, también. Seguro que te has dado cuenta: sus negocios nos pisan, pero lo llaman libertad y lo han hecho legal. Se trata de una gran victoria de unos pocos individuos sobre toda la población, pues nuestros políticos redactan y pulen las leyes que los protegen sin que importen las consecuencias que sufra el resto de la población. De este modo, el abuso ha quedado convertido en ley democrática; ley que nuestros jueces y fuerzas de orden público ―para eso les paga el Estado― han jurado defender.

Son pocos, pero nos pasan por encima como un rodillo y se apropian de los bienes de interés general. Se les ha concedido libertad para quedarse los grandes medios de comunicación y, en otro claro ejemplo de abuso legalizado a su medida, se les ha concedido libertad para acaparar la vivienda. ¿Para qué quieren cuatro individuos acumular miles y miles de viviendas?, ¿para mejorarlas y ayudarnos a que podamos acceder a ellas con más facilidad? No, solo las quieren para subir los precios y enriquecerse aún más. El especulador es un parásito que no sirve para nada. Quiere ser millonario sin trabajar, a costa de los demás y sin pagar impuestos. No crea empleo ni nos aporta nada positivo. Así que no lo necesitamos, es un estorbo y un grano en el trasero. Sin embargo, ahí tenemos al especulador, subido a nuestra chepa, muy bien protegido por nuestros políticos para que su patrimonio crezca fácilmente, protegido por la tele, por la ley, por nuestros jueces y policía. Este tipo de abuso está tan instalado en nuestra cultura ―estamos tan acostumbrados a que se proteja al especulador y lo tenemos tan asumido― que vemos normal que nos quedemos sin vivienda porque el salario no nos llega, que tengamos que pagar precios desorbitados por el alquiler o la hipoteca, que tengamos que endeudarnos tanto que dediquemos el resto de nuestra vida a saldar esa deuda, y que las miles de familias que caen y se quedan por el camino sufran desahucios, lo pierdan todo y terminen en la calle.

La especulación debería ser un delito, pero no lo es. Se trata de un hecho cultural, así que cabe preguntarse ¿de dónde surge la cultura de una población? ¿La televisión influye ―como siempre han influido las religiones y los sacerdotes― en la cultura, los miedos y las creencias del rebaño? De ser así, ¿es inocuo que la televisión esté en manos de unos pocos o es el arma más poderosa para que la sociedad acepte los principios sagrados de la élite, como que la especulación sea legal y se llame libertad? ¿Por qué tenemos tan asumido, como rebaño, que al actual reparto de los grandes medios de comunicación es un acto de libertad de expresión y democracia?

Veamos más ejemplos de abuso legalizado a medida del especulador, que los hay a cientos. Es legal que los fondos de inversión compren patentes farmacéuticas, no para hacerle un favor a la humanidad y mejorar la medicina, sino tan solo para elevar los precios y enriquecerse fácilmente: se aprovechan de nuestra desesperación, nos fuerzan a pagar mucho más de lo necesario por los medicamentos que salvan vidas y arruinan o dejan morir a la gente que no es suficientemente rica. Es legal que los fondos de inversión compren alimentos básicos ―no los de aquí, sino los que nHomo sapiens credulus, de Manuel Nbecesita el tercer mundo―con el único fin de acaparar las reservas mundiales y esperar a que suban de precio: esto no genera empleo, no nos aporta utilidad alguna y lo peor es que mucha gente del planeta muere de hambre cada año por esta causa. Es legal comprar de un plumazo cientos de residencias de ancianos o miles de licencias de taxi (antes vivía una familia por cada licencia, ahora los taxis los conducen trabajadores precarios, mientras que la multinacional propietaria se enriquece y no paga impuestos porque reside en un paraíso fiscal). Hasta el derecho a utilizar el agua ha empezado a cotizar hace unos días en Wall Street. Se atreven con todo y nosotros les dejamos hacer.

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Artículo basado en el libro Homo sapiens credulus, de Manuel Nb

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