LOS PILARES DEL CAPITALISMO (3ª parte)

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Somos tan lerdos que dejamos el origen del dinero fuera del centro del debate. Hablamos de política, discutimos ideologías y nos labramos un criterio. Y vemos con nuestros propios ojos que no tiene mucha importancia quien gobierne, pues los que acumulan el dinero en los países occidentales (las altas finanzas, la banca y las grandes corporaciones internacionales) son quienes, al fin y al cabo, determinan nuestras leyes. Nos dicen: “El dinero lo tenemos nosotros. Si queréis que lo llevemos a vuestro país para crear empresas y empleo, tenéis que competir entre vosotros para ver quién nos ofrece mejores condiciones”. Es un chantaje, pero accedemos a entrar en ese juego: todos los países competimos para ver quién hace mejor la cama a los propietarios del capital. Competimos para satisfacer sus sueños, para ver quién les ofrece plena libertad para especular y máxima protección al especulador, menos impuestos a los ricos y libertad para que el dinero se mueva entre paraísos fiscales ocultando la identidad del propietario. Y liberalizamos los servicios públicos (como educación, sanidad y pensiones) para que ellos puedan hacer negocio fácilmente con nuestras cosas vitales. Quieren ser ricos y libres, pero sienten que aún les falta algo y nos piden que nos bajemos los salarios, que sean más precarios y flexibles, que los contengamos, que desaparezcan las pensiones públicas, que no gastemos tanto en sanidad…

Lo que piden nos hace miserables y nos empobrece, pero dependemos de ellos porque necesitamos su dinero. Si no hacemos lo que quieren, se lo llevarán a otros países que sepan cumplir sus exigencias. Y nos dicen: “Ahí tenéis la prueba. Los países que aplican las recetas liberales atraen inversiones que crean empresas y empleo. Son el modelo a seguir, el mundo libre y no hay alternativa posible”. Las universidades más prestigiosas lo ven claro y acogen a los hijos de la élite para enseñarles el modelo liberal, para que también triunfen y se hagan ricos, para que mañana dirijan las finanzas, los fondos de inversión y las empresas especulativas que también someterán a nuestros hijos. La rueda no debe detenerse. La Iglesia también lo tiene claro ―siempre les ha gustado estar en el lado que más dinero hay― y defienden el liberalismo económico en prime time desde sus canales de televisión y radio.

El liberalismo ―la ideología del propietario del capital y del especulador― se ha impuesto en el siglo XXI. Todo gira sobre los pocos que acumulan el dinero. Su poder sobrepasa al de cualquier Estado. Mientras tengan el dinero y puedan someternos a chantaje, dará igual la movilización social y dará igual qué político accede al gobierno: cambiarán las formas y los detalles, pero los fundamentos del capitalismo se mantendrán. Sin embargo, a pesar de todo esto, a pesar de que el origen del dinero es el asunto crucial, seguimos concentrados en lidiar con la ultraderecha y en hablar de república (y no debemos detenerlo), pero somos tan lerdos que no dejamos ni un pequeño hueco para discutir qué es el dinero, quién lo crea y quién decide. Debería ser tema común de debate, pero no lo es. Nos hacen chantaje fácilmente porque no nos enteramos de nada. Nos llueven piedras y no sabemos de dónde vienen.

Tú no escribes las reglas del dinero. No las conoces. No te las planteas. Nuestros representantes políticos tampoco escriben las reglas del dinero. Ni siquiera las debaten. Sin embargo, alguien se encarga de escribir esas reglas y modificarlas a su gusto, al margen del resto del mundo y sin que nadie importune. Los grandes medios de comunicación omiten el tema: al igual que el trilero se encarga de distraer tu atención para que no sepas dónde se oculta la bolita, los del templo sagrado se encargan de que nadie hable sobre la creación de dinero; y si de algo no se habla, entonces no existe. El capital tiene buenos motivos para que siga siendo así. ¿Entonces, para qué está el Parlamento? Lo primero que hicieron nuestros representantes fue arrancar de nuestra soberanía la capacidad de decisión sobre las reglas del dinero para entregársela a la banca. Así que el debate sobre el dinero existe, pero no en el Parlamento, sino en un nivel superior. Todas las reglas que determinan «cómo se crea y reparte el dinero nuevo» las escribe, las discute y las ejecuta la cúpula bancaria desde las oficinas más altas de los edificios más lujosos. Ni nosotros tenemos acceso a esos despachos ni lo tienen nuestros representantes: no pintamos nada en la discusión sobre esas reglas. Lo segundo que hicieron nuestros representantes fue arrancar de nuestra soberanía los grandes medios de comunicación para entregárselos también a la élite. Ahora son de su propiedad. Y así han quedado asentados definitivamente los pilares de nuestras democracias capitalistas: ¡somos libres y soberanos! Seguro, pero solo después de que nos hayan birlado lo más importante, solo después de que nuestros representantes hayan dejado «atado y bien atado» en manos de la élite el elemento material más importante (la capacidad para decidir las reglas del dinero) y el elemento más importante para la difusión y debate de las ideas (los grandes medios de comunicación). Mientras no golpees ahí, que es donde más les duele, mientras no toques sus juguetes preferidos, no verás a la bestia moverse. Les da igual república o monarquía, la bandera nacional que ondee, tus reivindicaciones sociales y tu lucha obrera. Brindan con champán y se ríen de nosotros: “¡El rebaño no entiende el dinero, qué fácil es hacerle chantaje!” Son pocos, pero hemos consentido que los políticos les entreguen la creación del dinero y la propiedad de los grandes medios: ahora el mundo les pertenece y tienen el planeta globalizado con su ideología liberal.

Las bases de las reglas del dinero son tan sencillas que los niños las entenderían a la primera si se las explicáramos. Pero no lo hacemos. No les explicamos nada. Desde que dejamos de vivir en pequeños grupos y empezamos a vivir en grandes sociedades, siempre han surgido élites que han explotado a la masa social. Si esto no ha cambiado, ¿por qué no enseñamos a los niños a comunicarse y a cooperar entre ellos para que se hagan respetar como colectivo y sean capaces de defenderse del abuso de esas élites? No les enseñamos que los humanos ―los antiguos y los de hoy― no solo somos sapiens, sino también credulus, porque somos especialistas en crear infinidad de culturas basadas en todo tipo de creencias y falacias. No les explicamos que, durante miles de años y hasta hace bien poco, la élite ha utilizado una mano para quedarse con toda la riqueza de la época (la tierra) y la otra mano para retener el foco emisor de las ideas (la cúpula sacerdotal): la riqueza quedaba justificada y la masa social culturizada al gusto de la élite. No les enseñamos que aún mantenemos los mismos patrones de conducta y que la élite de hoy continúa utilizando una mano para quedarse con toda la riqueza (el dinero) y la otra mano para quedarse con el principal foco emisor de las ideas (los grandes medios de comunicación). Resultado: nuestra cultura justifica y legaliza los abusos de la élite, la ideología capitalista.

Si les enseñáramos a desarrollar su tendencia natural a cooperar entre ellos para defenderse de minorías abusivas, los niños disfrutarían, porque lo llevan dentro. Pero somos tan lerdos que les enseñamos lo contrario. Sabemos que la élite está ahí, pero dejamos que en el colegio eduquen a nuestros hijos como si esta no existiera, como si no fuera capaz de quedarse con toda la riqueza, ni capaz de difundir sus falacias que justifican y glorifican su acumulación de riqueza ni capaz de chantajear a nuestros hijos cuando sean adultos. Como en el cuento de El rey desnudo, en el colegio les enseñan a «ver un traje que no existe», les enseñan a decir que esto es democracia y libertad y a creer que los grandes medios de comunicación representan la mismísima libertad de expresión. Aprenden a ser individualistas, a romper la fuerza del grupo y a asumir sin cuestionarse unas reglas que nadie sabe quién las hizo ni de dónde vinieron (¿cuáles son las reglas del dinero, quién las ha escrito, por qué no están en el debate?). Y así los enviamos al matadero, a sufrir el mismo chantaje al que estamos sometidos, los destinamos a asumir el paro, a tener salarios precarios y a que suden sangre para acceder a una vivienda.

Está muy bien que hables de lucha de clases y república, pero ¿qué tal si empezamos a hablar también de las reglas del dinero y dejas de apartarlas como si no fueran contigo? Ten cuidado, porque son tan sencillas que es posible que no te creas que el engaño que sufrimos por parte del capitalismo pueda ser tan grande. El rey camina desnudo. No me refiero al Borbón, sino a su verdadera majestad, la realeza bancaria. Te recomiendo que, por un momento, dejes a un lado tu ego sapiens y te reconozcas como un credulus más, en comunión con nuestros antepasados y con el resto de la humanidad. Vivimos inmersos en una cultura llena de creencias. Siempre ha sido así. Está en nuestra naturaleza. El dinero actual es una ficción, la mentira más grande de toda la historia. No es malo que sea una ficción o una abstracción (todas las leyes lo son), ya que podríamos alcanzar grandes logros utilizando el dinero ficticio a nuestro favor. Lo malo es que ignoramos que se trata de una ficción, y dejamos que una minoría la utilice para hacernos daño, para beneficiarse a sí misma y ocupar la cima social. Creemos que son poderosos y que dependemos de su dinero, cuando en realidad están desnudos y no tienen más que humo en sus manos. Tu fe en la gran mentira, en que el dinero actual es algo valioso y escaso que proviene del ahorro, del beneficio de los empresarios y del trabajo ―sin que sepas cómo se hace en realidad ni quien lo crea, lo parte y lo reparte― es lo que mantiene vivo el chantaje y el dominio de unos pocos. El capitalismo, la última cultura construida sobre el abuso, se desmoronará cuando tumbemos su columna vertebral, cuando destapemos la mentira de su dinero y dejemos de creer en él y depender de él.

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Artículo basado en el libro Homo sapiens credulus, de Manuel Nb.

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