Sobre el dinero III- Curanderos monetarios: excéntricos y herejes

Sobre el dinero (III)

Curanderos monetarios: excéntricos y herejes

Si nos vemos tentados de asegurar que el dinero es el tónico que incita la actividad del sistema económico, debemos recordar que el vino se puede caer entre la copa y la boca

John Maynard Keynes

Los excéntricos del dinero “seguro”

“Si tuviéramos un sistema de ‘dinero seguro’ no habría crisis financieras”. ¡Bum! Miguel Ángel Fernández Ordóñez, alias MAFO,  nada menos que gobernador del Banco de España desde 2006 a 2012, precisamente los años horribilis de la crisis global, revela la piedra filosofal de la estabilidad financiera que evitaría los catastróficos, y cada vez más frecuentes, cracks de las finanzas mundiales.

El eximio personaje, ya jubilado y dedicado, en piadoso propósito de enmienda, a la loable tarea de “corregir los defectos del sistema que nos llevó a la catástrofe”, argüía, en un reciente foro de economía monetaria crítica, que la solución a la recurrencia de las crisis financieras sería, ni más ni menos que prohibir a los bancos privados captar depósitos del público y facilitar el acceso de los ciudadanos a cuentas en el banco central. Cual bálsamo de Fierabrás, la genial propuesta del arrepentido exbanquero lograría, como por ensalmo, la desaparición de los riesgos sistémicos generados por la inestabilidad financiera: “Y este cambio tiene unas ventajas muy importantes pues, mientras el dinero actual es frágil e inseguro, ya que depende del éxito o fracaso de las inversiones de los bancos, pasaríamos a tener un dinero totalmente seguro e independiente de los azares del mercado de préstamos porque el banco central no prestaría el dinero depositado en el mismo. Con ello desaparecerían las crisis bancarias con los costes monstruosos que hemos sufrido”. ¡Albricias! La revolucionaria propuesta de MAFO se inspira en la organización británica Positive Money, colectivo activista en lucha incansable en pos del dinero soberano. Su postulado central es realmente subversivo: separar el dinero del público de los créditos bancarios, impidiendo asimismo a la banca privada crear, a través de la concesión de préstamos, el dinero circulante ‘del mismo aire’, que actualmente representa el 97% del flujo de liquidez de la economía. Al tener los ciudadanos su dinero seguro en depósitos en el banco central, los bancos asumirían los riesgos de sus préstamos erróneos o especulativos, sin arrastrar en su quiebra los ahorros del desvalido público. A través de esta cirugía de caballo se evita el riesgo de colapso del sistema y los costosísimos rescates de la banca con dinero público. Quedarían así radicalmente separadas las dos esferas financieras: el dinero del público–a buen recaudo en el banco central- y el crédito bancario -actuando únicamente como intermediario entre ahorristas y prestatarios-. En esta Arcadia feliz del dinero soberano –de ahí su sobrenombre de ‘excéntricos del dinero libre de deudas’-, las hipotéticas crisis financieras y las quiebras bancarias acabarían con los malos gestores –como en cualquier otro sector económico en el edén de la libre competencia- evitando el “riesgo moral” de que la asunción de riesgos excesivos por parte del casino financiero sea propulsada por la seguridad del rescate del Estado en caso de derrumbe del castillo de naipes. El manifiesto fundacional del lobby del dinero ‘positivo’ enuncia su propuesta principal, parcialmente coincidente, dicho sea de paso, con la ortodoxia neoclásica de todos los manuales convencionales: “este documento presenta una reforma del sistema bancario que quitar a los bancos la capacidad de crear dinero, en forma de depósitos bancarios, cuando conceden prestamos”. ¿Y qué harían los mutilados bancos comerciales en este idílico cuadro de dinero seguro? Lo cierto es que sus, ahora todopoderosas, funciones quedarían bastante laminadas, reducidas a administrar pagos y a actuar como intermediarios financieros puros. Ni más ni menos que el fulcro que sostiene la menguante rentabilidad del capital en la fase neoliberal –la generación de actividad económica a través del dinero-deuda creado por la banca privada- suprimido de raíz. Los dos pilares en los que se sustenta el modo de producción y circulación del dinero moderno, la banca central independiente –capo di tutti capi del sistema financiero global- y la generación de colosales niveles de deuda bancaria hacia las burbujas de activos financieros e inmobiliarios, fulminados por decreto. Los castillos de naipes de derivados, titulizaciones y demás entelequias financieras que propulsan los flujos de liquidez que recorren los circuitos financieros mundiales de la denominada banca en la sombra, derribados de un plumazo. ¡Qué sencillo resulta refundar el capitalismo! Sólo hay que extirpar de raíz su tumoral apéndice financiero-especulativo y asunto resuelto. Más allá de su utopismo anacrónico y su barniz populista, tales ocurrencias se inspiran en teorías profundamente enraizadas en la ortodoxia monetaria. Aunque los excéntricos del dinero ‘libre de deuda’ se sitúen entre las fuerzas progresistas, lo cierto es que tienen notables coincidencias con teóricos del otro extremo del espectro ideológico. Como refiere Alejandro Nadal: “Muchos de los análisis de los movimientos civiles sobre reforma monetaria carecen de solidez teórica. En algunos planteamientos sobre la inflación se acercan a las posturas del monetarismo más añejo. Ignoran, casi por completo, el papel de los bancos sombras y tampoco acaban de entender la relación que existe entre inversión y ahorro: con frecuencia afirman que la inversión sólo puede provenir del ahorro”. Afirman inspirarse en las ideas de David Ricardo, Irving Fischer e incluso el ultra monetarista Friedman, todos obsesionados con el peligro inflacionario y el control estricto de la oferta monetaria pública y del crédito bancario. Incluso los economistas del FMI exploran la revolucionaria medida de “prohibir a los bancos la creación de dinero”. La retrógrada ocurrencia implica asimismo un retroceso a la prehistoria monetaria. La ley Peel, el acta bancaria inglesa de 1844, fue el canto del cisne del intento de detener la expansión de la deuda sin respaldo y la creación de dinero por parte de la banca privada, rasgos sustanciales de la progresiva apertura de compuertas a los crecientes flujos de dinero-deuda hacia la financiación del circuito financiero de producción en la historia reciente del capitalismo. Incluso Friedrich Hayek, el gran pope del libertarianismo thatcheriano, suscribiría la propuesta de los paladines de la regeneración financiera: “los bancos deben erigirse en la conciencia de la colectividad rehusando prestar crédito puro”.

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